Para el planeta Tierra y para todos sus habitantes, plantas y animales, incluido el ser humano, la luz solar es vida. Los rayos solares son un espectro continuo de luz que emite energía con longitudes de onda muy variadas. Aunque la luz solar es imprescindible para la salud, el exceso de exposición, a corto y a largo plazo, es perjudicial para la piel y para los ojos.
Los rayos solares engloban la luz visible, la infrarroja y los rayos ultravioleta. La luz visible tiene una acción luminosa y en el ser humano es capaz de penetrar hasta la hipodermis.
La luz infrarroja tiene propiedades térmicas, calor, también penetra hasta la hipodermis aumentando su temperatura, produce dilatación de los vasos sanguíneos y enrojecimiento, además de deshidratación.
Los rayos ultravioleta son altamente peligrosos por sus acciones biológicas. Son de tres tipos: UVA, UVB y UVC. Los dos últimos, UVB y UVC, no atraviesan la epidermis, pero actúan sobre ella de forma deletérea. En exceso, provocan cáncer cutáneo.
Los rayos UVA, además, penetran hasta los niveles profundos de la dermis, provocando envejecimiento de la piel y aumentando la incidencia del melanoma.
Exposición a los rayos solares
Existen factores que nos protegen de los rayos solares. En la atmósfera, la capa de ozono es una barrera de seguridad al frenar el paso de las radiaciones solares más nocivas que, sin embargo, la humedad y las nubes solo retienen parcialmente.
La intensidad de los rayos solares depende de la altura del sol, de la latitud y de la altitud. Cuanto más alto esté el sol en el firmamento, a mediodía, la cantidad de rayos ultravioleta es intensa y más peligrosa.
A menor latitud, cercanía al Ecuador, menor oblicuidad de los rayos solares, mayor verticalidad, y mayor riesgo, sobre todo en las estaciones estivales. Y a mayor altitud, mayor impacto para la piel.
Hay que tener en cuenta que, desde el nivel del mar, cada 300 metros de altitud las radiaciones ultravioleta se incrementan un 5%. Sin olvidar que, en invierno, en las montañas la nieve actúa de reflectante, aumentado los efectos nocivos y produciendo quemaduras cutáneas en las partes expuestas que no se hayan fotoprotegido previamente.
Japón y fotoprotección
Los japoneses se autodenominan los guardianes del sol. Sin embargo, en el país del sol naciente, a todos los niños y niñas se les enseña a protegerse continuamente de los efectos nocivos de los rayos solares. La fotoprotección es parte de su educación.
Reconocemos a los turistas japoneses porque en pleno verano no solo se pasean con sombrillas y sombreros, sino también con guantes protectores de los rayos ultravioleta, ya que han desarrollado tejidos pantalla de los rayos UV. Estas precauciones se han incrementado en los últimos 40 años debido al agujero de la capa de ozono.
Los japoneses, culturalmente, miman la piel de forma ritual, es un hábito. La limpian diariamente, se aplican las cremas y equilibrantes con masajes. Como si fuera un ritual, cada día se aplican fotoprotectores y no solo por la mañana. Con gran disciplina, se retocan varias veces al día, máxime cuando el día es más largo, en los momentos de máxima radiación solar o al estar en el exterior paseando o haciendo deporte.
Además, combinan diferentes tipos de fotoprotectores porque según el dicho: “En fotoprotección, más es más”. Lo hacen no solo para prevenir enfermedades, sino también con sentido estético y cosmético de mantenimiento de la belleza y de la juventud de la piel. Así, los japoneses, al combatir el fotoenvejecimiento, consiguen que su piel continúe tersa, sin manchas, con menos arrugas y con menos incidencia de cáncer cutáneo.
Este verano imitemos la cultura nipona y sus hábitos de fotoprotección, para envejecer más saludablemente y con apariencia más joven.