Álvaro López, que entonces tenía 9 años y es natural de Beniel, comenzó a encontrarse mal en abril de 2021. En ese momento, la pandemia y sus síntomas – fatiga, tos seca -, hicieron que se pensase que lo que tenía era COVID-19. Pero no era así. Unas semanas más tarde, cuando su estado empeoró hasta el punto de no poder respirar, encontraron la causa de su estado y llegó el diagnóstico: Álvaro tenía leucemia, una enorme masa en la zona del mediastino (torso).
La gravedad del estado de Álvaro hizo que se le interviniera al instante. Su madre recuerda esos instantes como frenéticos: “Nos dijeron que primero había que salvarle la vida a mi hijo, que después habría tiempo para explicarnos con detalle lo que tenía”.
Con quimioterapia y corticoides desde el primer día, Álvaro pasó ingresado un mes, y consiguieron que mejorara su estado.
Este tratamiento tan agresivo permitió no solo salvar la vida de Álvaro, sino que evitó necesitar un donante de médula ósea en ese momento. Lo que sí necesitó fueron transfusiones de sangre y plaquetas, que resultaron fundamentales para que Álvaro siguiera con vida.
Fue entonces cuando el pequeño se encontró mejor y quiso saber qué le pasaba. “Es un niño muy curioso, no puedes mentirle ni explicarle las cosas a medias. Tuvimos que encontrar una manera de contárselo para que lo entendiera. Me preguntó si se le iba a caer el pelo, y si se iba a curar. Le dije que sí a las dos cosas, porque no podía permitir que mi hijo perdiera la esperanza”, asegura Silvia.
Las complicaciones de Álvaro
Pero ahí no acababa lo que su madre considera el peor periplo de su vida. “Álvaro tuvo casi todas las complicaciones que se podían tener durante los siguientes meses. Desde sepsis repetidas por hongos y bacterias, hasta epilepsia derivada del tratamiento, tromboembolismos, hipotensión o insuficiencia cardíaca.
El equipo médico nos comentaba que nunca habían visto una cosa igual”, recuerda su madre.
Un equipo de cinco oncólogas lideradas por el doctor José Luis Fuster, jefe de oncología pediátrica de la Arrixaca, fueron sorteando cada nueva complicación que el pequeño Álvaro presentaba semana a semana durante un año y medio.
Durante este tiempo, las complicaciones le causaron tantos ingresos hospitalarios que, entre junio de 2021 y octubre de 2022, el máximo tiempo que estuvo en casa de manera continuada fueron dos semanas.
Del mismo modo, hasta seis veces tuvo que ser ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos. “Una de las veces estuvo veinte días ingresado, y en ninguna de las ocasiones nos aseguraban que fuera a salir”, explica Silvia. Pero así fue: Álvaro salió de todas y cada una de las veces que cruzó las puertas de la UCI. En octubre de 2022 entró en la fase de mantenimiento, y actualmente está en remisión completa, aunque sigue teniendo que tomar quimioterapia oral y otros medicamentos para combatir las consecuencias de todas las complicaciones que ha tenido y que han dejado secuelas en su salud.
Su madre, Silvia, asegura que no recuerda la cantidad de veces que el equipo del hospital de la Arrixaca le ha salvado la vida a su hijo.
“Tener a tantos profesionales atendiéndole salvó la vida de mi hijo porque todos le conocían y sabían cómo actuar en caso de emergencia, y todos buscaban la solución cada vez que había una complicación”, agradece la madre de Álvaro, que actualmente tiene 12 años y sirve como ejemplo de la importancia de las donaciones, tanto de sangre como de médula ósea para salvar la vida de niños y adultos.