El amor es un motor que encarna la ternura, la sabiduría y la justicia. Platón, en el Lisis, definió el amor como el deseo de “que la persona amada sea lo más feliz posible”. En ‘El banquete’ lo plantea como un proceso. Sería subir una escalera en la que el primer peldaño sería el ‘deseo’, el amor por lo externo, por la belleza corporal; el segundo sería el amor ‘romántico’ por la belleza moral del ser y, más arriba, llegaría el ‘apego’, el amor por el conocimiento que, al seguir ascendiendo, se encaramaría para encumbrarse en el amor por la belleza interior de unidad suprema.
No hay un solo tipo de amor. Todos, el amor fraternal, el amor filial, el amor romántico, el amor platónico o el amor sexual, tienen en común que el sentimiento amoroso forma parte de la naturaleza humana, no es una ilusión y va más allá de la simple necesidad reproductiva. Porque el instinto sexual no es amor, es instinto; y el ser humano, como animal de tendencias, supera los instintos.
Amor y cerebro
Como dijera Honorato de Balzac, “el amor es la poseía de los sentidos”. Y es que, a pesar de que se dibujen corazones, los latidos cardíacos cambien de ritmo, se sientan mariposas en el estómago, se sude o cambie la coloración facial, quien procesa los sentimientos ligados este sentimiento es el sistema nervioso.
El cerebro recibe información del mundo que nos rodea a través de los sentidos, a esa información se le da un significado y un valor, que se va almacenando por cada experiencia que vivimos, día a día, desde antes de nacer. Así, en las próximas situaciones, ante los mismos estímulos, el cerebro analiza, recapacita y responde dependiendo de la coyuntura.
El amor es un sentimiento complejo y muy elaborado que exige el procesamiento de emociones provocadas por percepciones químicas, físicas y de relación que son tamizadas por operaciones mentales cognitivas, por el pensamiento, por la memoria y por la situación.
Al ser un sentimiento complejo, es también una andadura íntima y cada persona lo vive de modo diverso, según sus circunstancias. No obstante, se definen varias fases, desde el éxtasis e ímpetu a la realidad del sosiego.
Fases
En las primeras etapas del enamoramiento, en el primer peldaño de la escalera, en el cerebro del enamorado o enamorada, además de que se activan y se despiertan los circuitos que admiran la belleza, esas conexiones se excitan de forma reverberante y sin posibilidad de detener ese pensamiento, que invade todos los momentos de la vida. Es una sensación que gusta, que satisface, que cautiva y que se anhela. Es un deseo que, si no se tiene el estímulo positivo de contemplación de la persona amada, puede desencadenar un dolor intolerable.
En esa fase están activados las mismas conexiones cerebrales de la motivación y de la recompensa. El cerebro está dominado por el neurotransmisor dopamina. El embeleso centra toda la atención en la persona amada, desarrollando una ceguera sobre sus defectos, pudiendo convertirse en una adicción. Pero si el objeto del arrobamiento no corresponde, brota la fase de abstinencia y de melancolía.
Cuando el amor es correspondido y madura, se asciende uno o dos peldaños, poco a poco se va conociendo a la persona, con sus defectos y virtudes. En estas etapas la ceguera ha desaparecido y se ve la realidad, ya que nadie es perfecto.
Se dice que el roce hace el cariño y conocerse hace crecer un amor más profundo, con ternura, guiado por el conocimiento. Los circuitos cerebrales maduran y se acrecienta el apego por el que se crean alianzas y vínculos permanentes de gran estabilidad.
En el proceso intervienen otras hormonas, como la oxitocina o la vasopresina y otras todavía desconocidas, que apuntalan la sincronía emocional y la estabilidad social. Empero, a pesar de la placidez, en estas fases persisten momentos de arrojo y pasión.
El amor es motivación, es un estímulo permanente. Cuando amamos, y queremos lo mejor para los demás, se ve la vida de otra manera. El prisma del amor deslumbra en un refulgente horizonte de colores. El optimismo nos inunda y somos más felices. Amar es saludable y nos protege.