Los enojos y enfados son emociones negativas que provocan irritabilidad y se acompañan de resentimiento. Son expresiones de rabia descontrolada que desencadenan la furia. Enfadarse es la exteriorización de la ira y tienen consecuencias en el organismo humano.
Como la primera función del sistema nervioso sería la de supervivencia, ante cualquier situación que se entienda como un ataque a nuestra integridad, la amígdala se activa al interpretarlo como un peligro. Por ello, el sistema simpático se hiperactiva poniendo en funcionamiento las ‘armas’ en modo automático, desconectando del control racional de la corteza cerebral lo que nos deja a expensas de los instintos y de las pasiones.
Las primeras manifestaciones al enfadarse son aumento del ritmo cardiaco y de la presión sanguínea, para tener suficiente sangre en el cerebro y en los músculos si hubiera que salir huyendo, pero también liberación excesiva de hormonas y de neurotransmisores de defensa, que coinciden con los del estrés emocional. Esos cambios, si son crónicos, son perjudiciales para el bienestar y para la salud física y emocional.
Sistemas afectados al enfadarse
Enfadarse y llevarse disgustos de repetición, con dominio de actitudes airadas, cercena la esperanza de vida y la calidad de vida. Las explosiones de ira son frecuentes en estados depresivos, y la persona se embarca en un círculo vicioso que se agrava todavía más.
En esa ‘pescadilla que se muerde la cola’, enfadarse y dejarse llevar por la ira empeora la fisiología gástrica pudiendo avanzar a reflujo gastroesofágico, gastritis crónica e incluso úlceras duodenales. Asimismo, los berrinches y peleas dialécticas aumentan los patrones inflamatorios con producción defectuosa de anticuerpos que, al afectar al sistema de defensa inmunológica, dejan al individuo sin poder defenderse de noxas.
Uno de los sistemas más afectados por la ira es el cardiovascular. Las personas que sucumben con facilidad a la ira, en las dos horas siguientes al enfado, duplican el riesgo de infarto de miocardio, de ictus o infarto cerebral, siendo frecuente que, al ser hipertensos, puedan sufrir una hemorragia o la rotura de un aneurisma cerebral, de consecuencias nefastas.
Estos riesgos se duplican en personas con factores de riesgo genéticos o con factores de riesgo adquiridos, como beber, fumar o ser sedentarios.
Reprimir la ira
En la vida, todo se aprende. Se debe enseñar (y aprender) a encauzar los enfados: haciendo ejercicio físico para oxigenar el cerebro; practicando técnicas de relajación y de control mental positivo; analizando las situaciones; vislumbrando las soluciones de los conflictos; e interiorizando mecanismos de comunicación eficaz.
La comunicación eficaz es asertiva, se centra en las soluciones y es la base de las relaciones sociales eficientes. Una comunicación asertiva refuerza la inteligencia emocional y la inteligencia social que son mucho más productivas que la inteligencia racional. Por ello, se debe enseñar, y se debe aprender, a controlar la gestualidad facial y corporal, la entonación y el ritmo de la voz. Y, por supuesto, cuidar el lenguaje, que no sea hiriente.
Los mensajes vocales y corporales son muy importantes. Controlarlos, modularlos y encauzarlos contribuye a canalizar los accesos de ira, evita que, posteriormente, nos frustremos y, además, preserva nuestra salud.