En todo el mundo, una de cada tres mujeres sufrirá maltrato físico, abuso sexual o de otra clase a manos de, en la mayoría de los casos, alguien conocido por ella. Sin embargo, los servicios públicos, como los servicios de calidad para la salud mental, rara vez tienen en cuenta a las mujeres, su seguridad y el proceso que deben atravesar para recuperarse de la violencia.
Como resultado del trauma, muchas mujeres supervivientes experimentan problemas emocionales o de salud mental que requieren tratamiento profesional de carácter integral. Si bien el servicio de salud mental es uno de los seis servicios esenciales en su asistencia, no recibe la prioridad que merece dado que los efectos emocionales y mentales son menos visibles y están estigmatizados.
Doble estigma: ser mujer y tener problemas de salud mental
Importante conocer las consecuencias del doble estigma de ser mujer y tener problemas de salud mental, o que ser mujer y tener un familiar diagnosticado con esquizofrenia te puede llevar a morir tras estar 75 horas atada a una cama.
Es el caso de Andreas, una chica de 26 años de edad que, a pesar de insistir en que su problema no era mental, la ingresaron en la unidad de psiquiatría del Hospital Central de Asturias (2017) sin serle realizada ninguna prueba para descartar patología orgánica. Falleció a los tres días de su ingreso por meningitis.
Una mala praxis profesional, guiada por el estigma asociado a las personas con problemas de salud mental que pierden toda su credibilidad, puede llevar a la muerte.
El género es una construcción social con graves repercusiones políticas y relaciones de poder desiguales. Estas desigualdades sociales son un potente factor de riesgo que da lugar a que los diagnósticos de depresión y de ansiedad sean 3 veces más frecuentes en mujeres que en hombres, y que de cada 10 personas que consumen antidepresivos y ansiolíticos, más de 8 sean mujeres. Y esto no es porque las mujeres seamos más débiles, sino a los diferentes y numerosos roles que debemos asumir por el solo hecho de ser mujeres.
Estereotipo: mujeres modernas
El estereotipo de ‘mujer moderna’ va asociado a dar respuesta a muchas demandas sociales: destacar en los estudios, en el trabajo, lucir atractivas, ser buenas esposas, madres atentas y perfectas amas de casa.
Es lógico que las mujeres estemos más estresadas y que este estrés mantenido en el tiempo, junto a la ausencia de colaboración por parte de la pareja en las tareas domésticas y en la atención a niños y mayores, a las desigualdades salariales ante el mismo trabajo, a las barreras, al llamado techo de cristal que dificulta el ascenso en los puestos de trabajo, genera un agotamiento físico y mental que puede conducir a problemas de ansiedad y/o depresión.
Mujer y proyecto de vida
A las mujeres se nos ha educado para que el amor sea el centro de la vida, bajo la creencia errónea de que darlo todo por un hombre es la única forma de alcanzar la felicidad. Sin embargo, las mujeres necesitamos elaborar nuestro proyecto de vida, del que podrá formar parte o no el hecho de tener pareja e hijos, pero siempre dando prioridad al desarrollo de nuestra vocación, de nuestros deseos, valores e inquietudes.
Renunciar a vivir tu vida o a tener una habitación propia, como Virginia Woolf afirmaba en su novela, para ir detrás de ese ‘varón’ idealizado, puede conducirnos a situaciones de sumisión, violencia y maltrato. La presión social y las creencias sobre la necesidad de tener una pareja hace que muchas mujeres, a pesar de contar con proyectos personales de vida, se sientan vacías, insatisfechas o fracasadas si no consiguen mantener una relación de pareja ‘estable’.
La imagen social que todos hemos interiorizado sobre lo que supone ser mujer consiste en ser cariñosa, comprensiva, discreta y paciente, en intentar pasar desapercibida, evitar los conflictos, estar dispuesta de forma incondicional para el cuidado de la familia y para dar respuesta a todas sus demandas y necesidades.
Al final, asumir todos estos roles por obligación conduce rabia y frustración que, al no ser expresadas, devienen en malestares físicos y psíquicos que nos llevan a asumir una posición de víctimas desde la que es más difícil buscar alternativas y adoptar una postura más activa. Y el sistema sanitario, al orientarse solo por el modelo biomédico y al no haber asumido la perspectiva de género, no toma en consideración los diversos factores que inciden en la salud mental de las mujeres, considerando cualquier malestar como una enfermedad, medicalizando la situación, sin contemplar otras posibles soluciones al sufrimiento.
Es importante, por tanto, que las mujeres aprendamos a interpretar nuestro malestar como una señal de que necesitamos introducir cambios en nuestra forma de afrontar la vida, y no como signo de que necesitamos tratamiento médico.