Neurodiversidad: simpatía versus empatía

El desgaste por empatía o fatiga empática ha aumentado considerablemente en la época de la pandemia, sobre todo, en el personal sociosanitario

Simpatía y empatía son similares ortográficamente, pero no son lo mismo. Aunque ambas son sentimientos que van más allá de las emociones básicas y exigen elaborar la percepción, hay matices.

La simpatía es la inclinación afectiva entre personas, que suele ser mutua y espontánea. Se trata de afinidad, que puede ocurrir no solo con otros humanos. La simpatía, más allá de la lástima o de la compasión, expresa preocupación por el otro deseando su mejora y bienestar.

La empatía es un sentimiento de identificación con alguien trascendiendo los sentimientos de la propia persona. Se es capaz de compartirlos y de comulgar con su momento vital, emocional y racional. No es solamente un proceso emocional, sino también racional, de modo que, al estado emocional le añade el componente de compartir. Por ello, se siente esencialmente solo con otras personas. El verbo que la define es: ‘identificarse con’.

Tipos de empatía

Según Ekman, existen tres tipos de empatía: la cognitiva, la emocional y la compasiva.
Con la empatía cognitiva, en base a la experiencia previa, se capta la situación del momento y se comprenden los sentimientos de la otra persona. Exige dotes de observación. La empatía emocional es capaz de reconocer no solo lo que siente, sino compartir e identificarse con la situación emocional de la otra persona, pudiendo alejarse de lo racional. Sin embargo, la empatía compasiva es proactiva y, una vez se ha reconocido y se ha identificado la situación, se centra en ayudar.

La empatía exige tener conciencia de uno mismo y de los demás, como parte de una comunidad. Aunque sea una habilidad social muy desarrollada en el ser humano y, aunque sea natural, exige aprendizaje. Se aprende por imitación. El ser capaces de identificar cada situación y las necesidades de las otras personas en cada momento nos ayuda a crear vínculos y a hacerlos crecer, lo que, en definitiva, asegura nuestra existencia.

La empatía conduce al bienestar físico y mental y a relaciones equilibradas, generosas y saludables tanto en la familia, con las amistades y en el trabajo. Es la base de los valores intrínsecamente humanos para crear una sociedad más compasiva y más justa que persiga la equidad.

Fatiga empática

El desgaste por empatía o fatiga empática ha aumentado considerablemente en la época de la pandemia, sobre todo, en el personal sociosanitario. En personas que son naturalmente empáticas, por vocación o por profesión, al enfrentar situaciones catastróficas en las que las necesidades materiales o emocionales son elevadas, desarrollan estrés emocional crónico que les desfonda a nivel emocional, cognitivo, mental y físico. Es un proceso de agotamiento lento y paulatino con alteración de los ciclos de vigilia y sueño, en el que se pierde la serenidad y predomina la falta de concentración, la ansiedad y la labilidad emocional.

Un extremo del exceso de empatía es el ‘síndrome de culpa del sobreviviente’ en el que llegan a creer que han conquistado su bienestar a costa de la desgracia de los otros. Por ello, se resienten fisiológicamente en sus funciones mentales y físicas. No se presenta solo en grandes catástrofes, sino en acontecimientos cotidianos, siendo una alteración patológica que exige tratamiento urgente.

Déficit de empatía

Aunque esta condición no está definida en los manuales de trastornos mentales, hay personas con capacidades empáticas limitadas. Estas personas tienen problemas para establecer vínculos sociales estables. No se trata de egoístas o narsicistas, sino que pueden no ser capaces de observar las emociones y sentimientos de los demás, porque no lo han aprendido, porque no les interesa o porque por su educación tienen un sentido utilitarista de la vida y de los demás, ignorando los sentimientos ajenos.

Es importante indicar que a las personas con síndrome del espectro autista se les ha estigmatizado. Aunque puedan tener déficits de empatía cognitiva, la mayor parte de ellas sí tiene desarrollada la empatía, pero la expresa de forma diferente.
En el siglo XXI, en el que prima la neurodiversidad, la inteligencia emocional debe desarrollarse en todas las personas, respetando que todas somos diferentes.

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